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you cat ... en
el año de la fe |
penitencia y reconciliación
224. ¿Por qué nos ha dado Cristo el sacramento de la
Penitencia y la Unción de los enfermos?
El amor de Cristo se muestra en que busca a quienes están
perdidos y cura a los enfermos. Por eso se nos dan los
sacramentos de la curación y restauración, en los que nos
vemos liberados del pecado y confortados en la debilidad
corporal y espiritual. [1420-1421]
226. Si ya tenemos el Bautismo, que nos reconcilia con Dios,
¿por qué necesitamos entonces un sacramento específico de la
Reconciliación?
Si bien el Bautismo nos arranca del poder del pecado y de
la muerte y nos introduce en la nueva vida de los hijos de
Dios, no nos libra de la debilidad humana y de la
inclinación al pecado. Por eso necesitamos un lugar en el
que podamos reconciliarnos continuamente de nuevo con Dios.
Esto es la confesión. [1425-1426]
Confesarse parece no estar de moda. Quizá sea difícil y al
principio cueste un gran esfuerzo. Pero es una de las
mayores gracias que podamos comenzar siempre de nuevo en
nuestra vida, realmente de nuevo: totalmente libres de
cargas y sin las hipotecas del pasado, acogidos en el amor y
equipados con una fuerza nueva. Dios es misericordioso, y no
desea nada más ardientemente que el que nosotros nos
acojamos a su misericordia. Quien se ha confesado abre una
nueva página en blanco en el libro de su vida.
227. ¿Quién ha instituido el sacramento de la Penitencia?
Jesús mismo instituyó el sacramento de la Penitencia
cuando el día de Pascua se apareció a los Apóstoles y les
dijo: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis
los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos». (Jn 20,220-23). [1439,
1485]
En ningún lugar ha expresado Jesús de forma más bella lo que
sucede en el sacramento de la Penitencia que en la parábola
del hijo pródigo: nos extraviamos, nos perdemos, no podemos
más. Pero Dios Padre nos espera con un deseo mayor e incluso
infinito; nos perdona cuando regresamos; nos acepta siempre,
perdona el pecado. Jesús mismo perdonó los pecados a muchas
personas; eso era más importante para él que hacer milagros.
Veía en ello el gran signo de la llegada del reino de Dios,
en el que todas las heridas serán sanadas y todas las
lágrimas serán enjugadas. El poder del Espíritu Santo, en el
que Jesús perdonaba los pecados, lo transmitió a sus
Apóstoles. Cuando nos dirigimos a un sacerdote y nos
confesamos, nos arrojamos a los brazos abiertos de nuestro
Padre celestial. |
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todos podemos
tener cerca ... |
¡Quién
lo iba decir, hace tan pocos años, que unos jóvenes así, en
este caso D. Samuel Montes Costas (Baiona) y D.
Sergio Gómez Núñez (Tebra) –valientes, decididos, ¡un
ejemplo para todos! iban hacer andadura tan rápida entre las
paredes de ese caserón -santo lugar- de la Avda. de Madrid,
por el cual, desde todas partes, ha de brotar en todos y
siempre, plegarias a favor del sacerdocio!
Todos tenemos cerca “posibles” Samueles y Sergios, a los
que, según vemos ir creciendo, podemos sugerirles cosas,
alguna frase, alguna idea de cara a si les gustaría ser
sacerdotes. Acompañando tal expresión –eso siempre; es
fundamental ofrecer- de la oración, incluso el trabajo y/o
el dolor, pidiendo al Dueño de la mies que envíe operarios.
¡Enhorabuena!, queridísimos “casi” reverendos. Invoco el
salmo 103: “Cuántas son tus obras, Señor,/ y todas las
hiciste con sabiduría. Gloria a Dios para siempre, / goce el
Señor con sus obras”.
¡¡Qué alegría nos habéis dado!! En tu sección de Baiona,
querido Samuel, están muy contentos. ¿Dónde no? Y en el
turno XOAN (cada último viernes de mes en la Casa de la
Adoración) lo mismo tus colegas, querido Sergio. ¡¡DEMOS
GRACIAS A DIOS!!
Ahora ya habéis recibido el Ministerio del Acolitado
(14-06-2013). No tardará (pongamos un curso más...) vuestra
consagración del servicio diaconal. Y, a un paso, el
Presbiterio. Y parece que fue ayer cuando, a uno y a otro,
sólo se me ocurrió deciros que teníais buena pinta y que
rezaría por una concreta intención sobre vuestras personas.
A ti, Samuel, te lo dije cuando me ayudabas a salir, en
Semana Santa, de la Capilla de la Misericordia, en Baiona; a
ti, Sergio, cuando apareciste en el despacho peguntándome
que querías saber que era “eso” de la Adoración Nocturna
pues tú tenías una cosa dentro de ti, que te daba muchas
vueltas a la cabeza. ¡Acolitos ya! “Cantaré al Señor
mientras vida,/ tocaré para mi Dios mientras exista”,
digo con el salmista
Un fuerte abrazo, Jorge Lence.
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en diez líneas |
Para este espacio mensual titulado EN DIEZ LÍNEAS, nos
referimos al tiempo del extraordinario vía crucis que, el
28 de febrero, tuvo lugar en varios templos y calles de Tui,
Marta Tamaño (Responsable del grupo de adoración juvenil
XOAN) leyó esta bella y provechosa reflexión en el momento
de la décima estación.
“Este Cuerpo Santísimo de Cristo, el más bello de los
hombres, está ahora irreconocible por tus pecados, por mis
pecados.
Es el mismo Cuerpo paciente de Cristo que se ofrece al Padre
en la Sta. Misa; que está vivo en nuestros sagrarios y que
se expone, una vez más, a nuestras miradas, es el Cuerpo
glorioso de Cristo que recibimos en la Sagrada Comunión y
que nos da la Vida Eterna: La Sagrada Eucaristía: "El que
come mi Carne y bebe mi Sangre tiene la Vida Eterna".
Al quitarle la túnica inconsútil, tejida con tanto amor por
su Madre, las llagas de la flagelación y los golpes se abren
con violencia y la Sangre preciosa de Jesús cae hasta el
suelo, esta Sangre que en el Cáliz de la Eucaristía hace que
el hombre que la bebiere sea bienaventurado.
- Señor, concédenos vivir la Fe. Despréndenos de todo lo que
es caduco para vivir la sencillez de la vida en Dios.
- Señor, concédenos vivir la humildad de la carne mediante
la virtud de la pureza y la castidad.
- Jesús, al desgarrar tu Cuerpo Santísimo desgarramos
también tu Corazón manso y humilde. Concédenos un corazón
semejante al Tuyo. Un corazón generoso y entregado. ¡Rasga
nuestro corazón! para entregarlo a Ti, para abrirlo a la
caridad sin límites, que sea un corazón libre para que mi
único Señor, mi único Amor, mi único Tesoro seas Tú. Amén.”
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vida
natural y vida sobrenatural. creced. |
-He
sido criado para vivir. ¿Qué quiere decir esto? -Quiere decir
que estoy llamado a desarrollar en mí los frutos de la santidad
en este mundo, a fin de poseer en el cielo, como fin y sin fin,
la vida eterna. La vida de este mundo es un crecimiento, la vida
del cielo es una posesión, y ambas son la actividad propia de mi
ser.
Tengo un alma y un
cuerpo; y mi alma vive por sí misma una vida que ha recibido de
Dios, y mi cuerpo vive por mi alma, que es quien le da
animación. Mi alma puede obrar y obra por medio de las potencias
que hay en ella; mi cuerpo puede obrar y obra por medio de los
sentidos que hay en él, que están animados y regidos por el
alma. El alma tiene un conjunto de facultades que conocen,
quieren y obrar; y el cuerpo tiene una serie de órganos unidos a
las facultades del alma y que obran por ellas. En la acción de
estas facultades y de estas potencias consiste mi vida natural.
Tengo por la gracia de
Dios otra vida, es decir, otra capacidad de obrar, no ya por mí,
sino por Dios; es la vida sobrenatural en la que Dios, uniéndose
por un vínculo inefable a mi naturaleza, me eleva por encima de
mi mismo y da a mis facultades el poder de hacer actos divinos;
se hace Él la vida de mi vida, el alma de mi alma; ¡misterio de
amor!
Y esta vida es la vida
sobrenatural, es decir, la vida eterna, porque es el ejercicio
aquí debajo de la vida que poseeré allá arriba.
He sido criado para
vivir y sólo para vivir. ¿Qué haré en el cielo? -Viviré
eternamente en el acto único de la alabanza eterna, eternamente
beatífica. ¿Qué tengo que hacer aquí abajo? -Tengo que vivir, es
decir, desarrollarme, puesto que la vida imperfecta, la única
que ahora tengo, consiste en desarrollarse. “Creced”, dijo el
Señor al hombre, dándole el poder de desarrollar y comunicar la
vida. Y esta palabra es la primera palabra que le dirigió el
Criador. Y la plenitud y la majestad de esta palabra contiene y
expresa la ley total de la vida. Todas mis obligaciones, sin
excepción alguna, tienen su base y su explicación en esta
primera obligación; ella es la que da el sentido y la medida de
todos los deberes que puedo tener en orden a Dios, a los seres
y a mí mismo. Es preciso crecer, es preciso desarrollar la vida
física del cuerpo, la vida moral del corazón, la vida
intelectual del espíritu. Y ésta es la razón de los cuidador y
de las precauciones que hay que tomar para la conservación del
cuerpo, la educación del corazón y la instrucción del espíritu.
Todos estamos obligados a trabajar en la adquisición y
conservación del pleno desarrollo de nuestras facultades.
(Tomado del libro La vida interior de Joseph
Tissot)
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el santo rosario |
IMPORTANCIA
“Para
ser apóstoles del rosario, es necesario experimentar
personalmente la belleza y profundidad de esta oración, sencilla
y accesible a todos. Es necesario ante todo dejarse conducir de
la mano por la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo:
rostro gozoso, luminoso, doloroso y glorioso. Quien, como María
y juntamente con ella, conserva y medita asiduamente los
misterios de Jesús, asimila cada vez más sus sentimientos y se
configura con él.
Al respecto, me complace citar una hermosa consideración del
beato Bartolo Longo: "Como dos amigos -escribe-, frecuentándose,
suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros,
conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los
misterios del rosario, y formando juntos una misma vida de
comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra
pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes
ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y
perfecto" (I Quindici Sabati del Santissimo Rosario, 27ª ed.,
Pompeya 1916, p. 27; citado en Rosarium Virginis Mariae, 15).
El rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera
vista podría parecer una oración que acumula palabras, y por
tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda
oportunamente para la meditación y la contemplación. En
realidad, esta cadenciosa repetición del avemaría no turba el
silencio interior, sino que lo requiere y lo alimenta.”
(Benedicto XVI, Santuario de Pompeya, 19-X-2008) |
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la cruz |
Como
este gesto vuelve con frecuencia en mi jornada, tengo el peligro
de hacerlo sin prestarle la atención que se merece. Sin embargo
es precioso por su historia, por su significado y por su poder.
Es la señal de mi fe; muestra quién soy y lo que
creo. Es el resumen del Credo. Es la señal de mi agradecimiento.
Tengo que hacer con amor y emoción este gesto que me recuerda que
Jesús ha muerto por mí. Es la señal de mi intención de obrar, no
para la tierra, sino para el Cielo. Al hacerla, y pronunciando estas
misteriosas palabras: "En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" me comprometo a obrar:
en el nombre del Padre que me ha creado,
en el nombre del Hijo que me ha redimido,
en el nombre del Espíritu Santo que me santifica.
Este signo es la señal de la consagración de toda mi
persona.
- Al tocar mi frente: «rezo a Dios todos mis
pensamientos.
- Al tocar mi pecho: consagro a Dios todos los
sentimientos de mi corazón.
- Al tocar mi hombro izquierdo: le ofrezco todas mis
penas y preocupaciones.
- Al tocar mi hombro derecho: le consagro mis
acciones.
La señal de la Cruz es en sí misma fuente de grandes
gracias. Debo considerarla como la mejor preparación a la oración,
pero ya es en sí misma una oración, y de las más impresionantes. Es
una bendición.
Si me emociona ser bendecido por el Papa, por un
obispo, ¡ cuánto más ser bendecido por el mismo Dios !
(Javier López)
Cuanto más renunciemos a algo por amor de la gran
verdad y el gran amor - por amor de la verdad y el amor de Dios -,
tanto más grande y rica se hace la vida. Quien quiere guardar su
vida para sí mismo, la pierde. Quien da su vida -cotidianamente, en
los pequeños gestos que forman parte de la gran decisión -, la
encuentra. Esta es la verdad exigente, pero también profundamente
bella y liberadora, en la que queremos entrar paso a paso durante el
camino de la Cruz por los continentes. Que el Señor bendiga este
camino. Amén. |
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EL CAMINO HACIA LA
GRAN ESPERANZA |
“Jesús,
del mismo modo que un día encontró al joven Pablo, quiere
encontrarse con cada uno de vosotros, queridos jóvenes. Sí, antes
que un deseo nuestro, este encuentro es un deseo ardiente de Cristo.
Pero alguno de vosotros me podría preguntar: ¿Cómo puedo encontrarlo
yo, hoy? O más bien, ¿de qué forma Él viene hacia mí? La Iglesia nos
enseña que el deseo de encontrar al Señor es ya fruto de su gracia.
Cuando en la oración expresamos nuestra fe, incluso en la oscuridad
lo encontramos, porque Él se nos ofrece. La oración perseverante
abre el corazón para acogerlo, como explica san Agustín: «Nuestro
Dios y Señor […] pretende ejercitar con la oración nuestros deseos,
y así prepara la capacidad para recibir lo que nos ha de dar» (Carta
130,8,17). La oración es don del Espíritu que nos hace hombres y
mujeres de esperanza, y rezar mantiene el mundo abierto a Dios (cf.
Enc. Spe salvi, 34).
Dad espacio en vuestra vida a la oración. Está bien rezar solos,
pero es más hermoso y fructuoso rezar juntos, porque el Señor nos ha
asegurado su presencia cuando dos o tres se reúnen en su nombre (cf.
Mt 18,20). Hay muchas formas para familiarizarse con Él; hay
experiencias, grupos y movimientos, encuentros e itinerarios para
aprender a rezar y de esta forma crecer en la experiencia de fe.
Participad en la liturgia en vuestras parroquias y alimentaos
abundantemente de la Palabra de Dios y de la participación activa en
los sacramentos. Como sabéis, culmen y centro de la existencia y de
la misión de todo creyente y de cada comunidad cristiana es la
Eucaristía, sacramento de salvación en el que Cristo se hace
presente y ofrece como alimento espiritual su mismo Cuerpo y Sangre
para la vida eterna. ¡Misterio realmente inefable! Alrededor de la
Eucaristía nace y crece la Iglesia, la gran familia de los
cristianos, en la que se entra con el Bautismo y en la que nos
renovamos constantemente por al sacramento de la Reconciliación.
Si os alimentáis de Cristo, queridos jóvenes, y vivís inmersos en Él
como el apóstol Pablo, no podréis por menos que hablar de Él, y
haréis lo posible para que vuestros amigos y coetáneos lo conozcan y
lo amen. Convertidos en sus fieles discípulos, estaréis preparados
para contribuir a formar comunidades cristianas impregnadas de amor
como aquellas de las que habla el libro de los Hechos de los
Apóstoles. La Iglesia cuenta con vosotros para esta misión exigente.
Que no os hagan retroceder las dificultades y las pruebas que
encontréis. Sed pacientes y perseverantes, venciendo la natural
tendencia de los jóvenes a la prisa, a querer obtener todo y de
inmediato.
Queridos amigos, como Pablo, sed testigos del Resucitado. Dadlo a
conocer a quienes, jóvenes o adultos, están en busca de la «gran
esperanza» que dé sentido a su existencia. Si Jesús se ha convertido
en vuestra esperanza, comunicadlo con vuestro gozo y vuestro
compromiso espiritual, apostólico y social. “
(Benedicto XVI, Del Mensaje para la Jornada de la Juventud de 2009) |
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VOCACIÓN |
QUIEN HA ENCONTRADO A CRISTO HA ENCONTRADO EL MEJOR TESORO
El Papa Benedicto XVI ha venido repitiendo desde el inicio de su
pontificado dos cosas: por un lado que el cristianismo no es algo
triste y aburrido sino fuente de alegría y de vida; y por otro lado,
que quien se encuentra con Cristo no solamente no pierde nada sino
que gana todo. Él es la belleza que llena el corazón; la verdad que
esclarece las preguntas e interrogantes de nuestras cabezas; y la
bondad que nos mueve a hacer el bien.
Si te has encontrado con Jesús, Él es tu Señor, tu centro y eso hará
cambiar tu vida.
(Catequesis vocacional)
LA LLAMADA DE DIOS
“La naturaleza misma del amor requiere opciones de vida definitivas
e irrevocables.
Me dirijo en particular a vosotros, queridos jóvenes: no tengáis
miedo de elegir el amor como la regla suprema de la vida. Non
tengáis miedo de amar a Cristo en el sacerdocio y, si en el corazón
sentís la llamada del Señor, seguidlo en esta extraordinaria
aventura de amor, abandonándoos con confianza a él.
No tengáis miedo de formar familias cristianas que vivan el amor
fiel, indisoluble y abierto a la vida. Testimoniad que el amor, como
lo vivió Cristo y como lo enseña el Magisterio de la Iglesia, no
quita nada a nuestra felicidad; al contrario, da la alegría profunda
que Cristo prometió a sus discípulos.”
(Benedicto XVI, 15-06-2010) |
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